
2024-12-05
Diciembre en Sabaneta no era un mes, era una película mágica rodada en las calles del pueblo donde cada esquina escondía besos robados y cada globo transportaba un sueño suspendido en el aire. Imaginen el escenario: noches frías perfumadas con natilla recién hecha, buñuelos reventando en las pailas con un sonido más musical que ruidoso, y familias convertidas en pequeñas tribus de felicidad. Los niños no jugaban, exploraban; y sus exploraciones tenían un nombre: globos artesanales.
Estos no eran simples juguetes, eran astronaves de papel seda, misiones imposibles construidas con alambre delgado y una esperanza tan resistente como un cable de acero. Cada barrio se transformaba en un laboratorio de sueños, donde las "galladas" competían por elevar la obra maestra que desafió la gravedad.
Mi abuelo, un verdadero mago de los globos, me enseñó que fabricar uno era más complejo que armar un rompecabezas chino. "El secreto", decía con sus manos de campesino curtido, "está en el equilibrio entre la estructura y la ligereza". Palabras que sonaban a poesía científica salida de un manual de sueños.
Las calles se transforman bajo la magia de los bombillos de colores. La noche se convertía en un carnaval, las familias en orquestas de risas, y cada esquina en un escenario donde la memoria y la ilusión bailaban un vals nostálgico. Sabaneta en diciembre no era un lugar, era un sentimiento que se elevaba, ligero como un globo, contra el cielo oscuro de fin de año, llevando consigo los sueños de cada habitante.