
2024-12-19
La Nochebuena en Sabaneta no era una cena. Era un reality show familiar donde los pesebres eran la escenografía principal. Imaginen un teatro donde los animales de barro parecían sacados de una película de Godzilla y las casitas, frágiles como mis promesas de dieta.
Mi tía - la arquitecta de la memoria familiar - construía su pesebre como si estuviera preparando la maqueta para salvar el mundo. Cada año, un nuevo elemento: un puente más delirante, un árbol más realista que la misma naturaleza. Su pesebre era un diario íntimo hecho arena, musgo y esperanza.
Las novenas eran nuestro ritual familiar más entrañable. Al principio, los rezos sonaban como un lenguaje extraño que costaba descifrar. Con el tiempo, los recitábamos con la misma soltura con la que se cuenta un chiste de familia. Los adultos bailaban con un entusiasmo que no siempre iba de la mano con el ritmo - algunos más inspirados que otros - mientras los niños jugaban entre risas. El ambiente era una mezcla única: olor a tradición, un toque de aguardiente y mucha complicidad.
La comida era nuestra biblia particular. buñuelos, natilla, arequipe - cada familia guardaba sus recetas como si fueran tesoros familiares. Las señoras del barrio intercambiaban preparaciones con el secretismo de un grupo de espías, compartiendo no solo ingredientes, sino pedazos de su historia. Cuando un vecino llegaba con una olla humeante, no traía solo comida, también llevaba consigo un pedazo de su alma envuelto en aluminio.
Los agüeros eran nuestra versión del horóscopo local. Salir con maleta para atraer viajes, usar ropa interior de colores como si fuera un amuleto, esconder monedas bajo el mantel - cada ritual era un conjuro silencioso de esperanza. Éramos magos del optimismo, especialistas en convertir tradiciones en promesas.
La música ponía la banda sonora de nuestras reuniones. Chucu Chucu de Billo's Caracas Boys sonando mientras las tías enseñaban a bailar a los sobrinos, con pasos que no tenían nada que ver con esos ritmos actuales donde bailar parece más un acertijo que una celebración. Era un baile de tradición, de conexión, donde cada paso era un abrazo, cada melodía un recuerdo.
La Navidad en Sabaneta no era una fecha. Era un estado de conciencia, un abrazo colectivo donde cada globo elevado, cada pesebre armado, cada canción cantada, era un hilo invisible que nos tejía como comunidad. Un tejido de recuerdos tan delicado como los pesebres de mi tía, pero tan resistente como las tradiciones que nos sostienen.