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Recuerdos de la infancia: Cuando los juegos eran de verdad.

Recuerdos de la infancia: Cuando los juegos eran de verdad.

2024-04-11

Hubo un tiempo en que la diversión no se traducía en pantallas, sino en juegos que requerían habilidad, ingenio, puntería y mucha energía. Esos fueron los buenos tiempos en Sabaneta, cuando las calles, plazas y patios se llenaban de niños que daban rienda suelta a su imaginación.

En los años 70s, los clásicos juegos del abuelo reinaban… el trompo, ya fuera el canuto o el sacaniguas había que hacerlo bailar con maestría en la punta del dedo, las canicas de cristal se disponían para dar la "vuelta a Colombia", todos se concentraban como observando un helicóptero para encestar, eso sí, el que ganaba debía pagar la apuesta con cajetillas de cigarrillo, previamente bien organizadas para que tuvieran más valor, también, estaba el ‘toma todo’, giraba locamente cuando se le daba un buen lanzamiento, con el deseo ferviente de ganarle algún juguete de los que estaban en apuesta a los amigos, (nunca faltaba el mal perdedor que se escapaba al verse por vencido).

Pero la diversión no paraba ahí, los zancos hechos con latas de leche Klim convertían a los niños en gigantes, dejando a sus amigos boquiabiertos. Como olvidar las bombitas de jabón Rey, volando por los aires impulsadas con pitillos de higuerilla, estaban las llantas que también se volvían juguetes, dando vueltas y más vueltas mientras los niños saltaban adentro como locos, no faltaba la cauchera que tantos problemas nos trajo quebrando vidrios y haciendo daños, la munición eran los corozos de la palma de Tulia Vásquez quien muchas veces nos alegaba, pero no nos importaba, siempre volvíamos como si nada hubiera pasado. Y si de creatividad se trataba, se hacían avioncitos y barquitos de papel con los que nos creíamos marineros cuando llovía, siendo el juguete más favorable y personalizado que teníamos.

Fue tan fácil olvidar los juegos tradicionales que deleitaron a generaciones pasadas, el yeimi, el trompo ese frágil artefacto hecho de madera y cuerdas que se lanzaba al aire para luego atraparlo con destreza, ponía a prueba la rapidez de reflejos de cada jugador. El trompo, con su forma redonda y su punta de metal, giraban incansables sobre el suelo mientras los participantes gritaban.

El clásico yoyo, con su descenso controlado y su ascenso magistral, era el desafío de innumerables tardes de recreo, donde la maestría en su manejo se medía en trucos y acrobacias. Y el catapis, con su sencilla estructura de maderas o plastico, brindaba horas de diversión al disparar pequeñas piedritas hacia objetivos cada vez más lejanos. También estaban los clásicos juegos de mesa, como el stop, el arma todo o la escalera que mantenían a los niños ocupados por horas. Hoy en día, todo eso parece tan lejano. Los niños prefieren estar pegados a sus teléfonos, perdiendo la magia de jugar con lo que tienen a mano.

Ya en los 80, llegaron algunos juguetes más modernos, como el frisbee o el aro ula ula, pero nada se comparaba a la emoción de hacer volar una cometa en forma de cruz con cola de trapo, de sapo o papagayo. El favorito de muchos era carro de balineras con emocionantes carreras que terminaban en accidentes en las pendientes más prologadas, para luego llegar a la casa con las rodillas y codos ensangrentados, y uno que otro mueco.

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